15.08.2009:
Estoy en Boquete, uno de los destinos mas apreciados en Panamá para los amantes de la naturaleza, el senderismo y los deportes de aventura. Esta en el interior de la provincia de Chiriqui y a las faldas del volcán Baru, único volcán panameño y su punto mas alto, cerca de 3800 msnm. La provincia es fronteriza con Costa Rica, con quienes comparten la primera experiencia de conservación de la biodiversidad conjunta entre dos países a través de la creación del Parque Nacional de la Amistad, que es donde están enclavados el volcán y el P.N. Volcán de Baru.
La zona es, ademas, la meca de los aficionados a los ríos de aguas bravas. El río Caldera Viejo esta considerado de los mejores del mundo para la practica del "rafting" (un día de estos me voy a dejar tentar y probar a darme un "chute" de adrenalina bajando en una balsa con media docena de adolescentes gritando como locos en cada descenso del río). Aunque, de momento, yo a lo mio: andar. Y hoy me he "jartao" para un mes.
Decidí hacer uno de los mejores senderos escénicos que se pueden hacer en Panamá y en parte de América: el Sendero de los Quetzales que, como su nombre indica, ofrece la posibilidad -remotísima- de ver esas magnificas y bellisimas aves (con quien yo tengo una especial relación, dicho sea de paso). El quetzal es la mítica "ave del paraíso" de los mayas. Mayas y aztecas lo adoraban como una encarnación del dios del aire. Sus plumas solo podían ser usadas como adorno en las testas de la nobleza y servían como moneda entre estos dos pueblos. Matar un quetzal estaba castigado con la muerte (actualmente es la moneda de Guatemala). Todo esto, claro, en tiempos pre-hispánicos, luego la caza indiscriminada los hizo casi desaparecer. Ahora parece que unos pocos ejemplares anidan por estos bosques, pero en temporada seca. Ahora es casi un milagro ver uno (a pesar de lo cual yo he ido todo el camino mirando a las ramas de los arboles y con la cámara en ristre).
Como el sendero, ida y vuelta, es muy largo, empiezo tempranito y me cunde bastante. Hice el primer tramo en menos de dos horas cuando las guías dan mas de dos y media para hacerlo. Pero claro, es la parte fácil, con poco desnivel y buen camino de piedras. A partir de vadear el primer río te empiezas a internar en el bosque ...¡y empieza la función!. Es un sendero de lo mas auténtico que se puede encontrar, poquisimamente transitado, en una zona de especial protección y tan salvaje y virgen que parece que eres el primero que lo cruzas (si no fuera por las frecuentes pasarelas que han puesto para vadear ciertos obstáculos que serian muy complicados salvar sin esa ayuda -aunque están en muy mal estado: carcomidos por las termitas, podridos por la humedad y totalmente cubiertos de una espesisima capa de musgo, líquenes y hongos que las convierten en pistas de patinaje).
Al poco de vadear el ultimo tramo del río (descalzo pues baja muy crecido y las piedras que pusieron para ese fin están sumergidas) empieza la subida por una ladera bastante empinada, absolutamente embarrada, cubierta del fango que forman los millones de hojas y ramas que caen de la cubierta vegetal y que enseguida putrefactan por el acción conjunta de humedad, hongos, líquenes, etc. (la selva, o este tipo de bosque tropical lluvioso, es una maravillosa mezcla de vida y muerte, en una especie de ciclo combinado en donde la una -muerte- provee de casi todo lo que necesita la otra -vida- para florecer: el compost natural en que se convierten hojas y ramas muertas es el mejor abono para un suelo que, sorprendentemente en estas selvas, suele ser bastante pobre en nutrientes).
Los arboles son tan grandes que no me caben en la pantalla de la cámara y como tampoco tienes apenas espacio para tomar la foto (si retrocedes para tomar perspectiva la vegetación te lo oculta..."el bosque te impide ver los arboles", al revés de lo que dice el típico refrán) y la vegetación es tan espesa que en las fotos solo sale la primera fila, por lo que tomo imágenes de los pocos claros del bosque en donde se puede apreciar una mayor masa boscosa. En las partes en donde pega el sol la competencia por "tostarse" es feroz y las plantas parásitas, como todo tipo de trepadoras y enredaderas, se montan sobre todo lo que crece , trepando hasta el ultimo milímetro de superficie que queda libre y tapizando con un manto de verdor troncos, ramas y hasta las hojas de los arboles que las sirven de soporte.
Si fuera temporada seca seria una verdadera delicia perderse por estas veredas (aunque salirse del sendero es peligrosísimo pues no hay forma de orientarse en este tipo de vegetación y solo un accidente geográfico como un río o un monte pueden servirte, minimamente, para orientarte), pero con esta humedad tremenda, lodazales por todos lados que te hacen "meter la pata" hasta los tobillos en el fango y la tercera edición del diluvio universal que lleva rato desatándose (la primera fue la bíblica, la segunda la que me sirvió de "bautismo de agua" en la Gran Sabana de Venezuela y esta la tercera) es muy complicado el pateo.
Menos mal que llevo un buen chubasquero. Pero solo me cubre hasta la cintura y todo lo que escurre por él va a parar a las perneras del pantalón que, cuando se empapa -5 segundos- me baja hasta los calcetines y desde estos se me mete en las botas que, como son estancas, no sale y se me forman charcos dentro de las botas que tengo que desalojar cada cierto tiempo.
La capucha del chubasquero se ha convertido en una especia de sauna, baño turco y horno en donde, poco a poco con el calor que hace, se me van cociendo los sesos (este símil me hace recordar a mi padre que se pirriaba por una buena cabeza de cordero asada al horno) y me va empañando los cristales de las gafas. Pero si me la quito el agua me empieza a bajar por la nuca y me empapa la mochila, que la llevo por dentro del chubasquero, mojándome el diario, la cámara de fotos, etc. He tenido que dejar de hacer fotos porque llevo las manos chorreando (tengo los dedos como uvas pasas por la humedad) y llenas de barro porque para subir algunos tramos tengo que agarrarme de todo lo que encuentro por el suelo: ramas, raíces, etc. (algunas de ellas están podridas y al cargar el peso...¡zas! Pepito al suelo) y la cámara esta echa una pena con la lente llena de gotas de agua (que salen en las fotos como una especie de borrón) y la carcasa llena de barro.
Me he encontrado de repente y en medio del bosque a una "familia de gnomos valencianos". Son cuatro, los padres y dos hijas adolescentes, y están metidos y acurrucados (intentando protegerse del agua -¡vano intento!-) dentro de la oquedad de un tronco gigante de ceiba que esta cubierto de musgo, setas gigantes y hongos (la escena me recordó la serie de dibujos de David el Gnomo). Vienen de un pueblo cercano a la cumbre que se llama Cerro Punta y, en vez de subir al volcán como yo, están bajando hacia Boquete. Como en Cerro Punta, cuando ellos empezaron a andar, hacia sol, se han venido en pantalón corto, chancletas y camiseta (ni gorro ni chubasquero ni botas de agua, nada). ¡¡Verles ahí metiditos y apretujados unos contra otros da una penita!!. Empapados hasta los huesos, sucios y llenos de barro, con hojitas pegadas por todo el cuerpo y... una cara de susto que -si no fuera por lo patético de la escena- seria para partirse el culo de risa (claro que, seguramente, ellos podrían pensar lo mismo de mi pues, aunque no me veo, voy de película: lleno de barro hasta el sobaco -el pantalón no volveré a verlo limpio nunca mas- manchas de verdín en los pantalones, una herida en la espinilla -fruto de la ultima "chufa"- que me sangra un poquito y me ha manchado el pantalón de sangre, etc., etc..).
A pesar de la escena y las circunstancias, hemos celebrado el encuentro con un montón con besos y saludos "... fíjate que venir a encontrarnos aquí, unos españoles, tan lejos de casa, en esta situación, etc., etc...". Hemos hablado de lo distintas que fueron sus ultimas vacaciones en Benidorm (aunque las niñas no parecían estar de acuerdo -seguramente allí estarían todo el día y la noche de "marcha", pero no de este tipo de "marcha" que parece tenerlas extenuadas) y el alucinaba cuando les conté el tiempo que llevo en la "brecha". No hacían mas que preguntarme la edad y si viajaba solo. Cuando me preguntan cuanto faltaba para llegar al sitio desde el que yo partí (que es al que ellos van) y les digo que 4 horas ... ¡cambian de color!. Están atrapados en la mitad del bosque y les da igual ir para un lado que para el otro, pues volver les llevaría menos tiempo pero el camino es muy empinado y están muy cansados y bajar les llevaría mucho tiempo. Yo no puedo hacer nada por ellos y les dejo en su casita de "gnomos" y sigo mi camino.
No cesa de diluviar y parte del sendero ha desaparecido por una especie de desprendimiento (el guarda parque a la salida me dijo que fue la semana pasada, que también llovió mucho, pero aun no han venido a abrir un nuevo sendero en el bosque) y hay que dar un enorme rodeo para volver a retomarlo. Total que cuando llego a la cima del monte (desde el que "teóricamente" se podría divisar el volcán Baru y sus ¡siete cráteres!) la niebla se puede cortar con un cuchillo y no se ve un pijo. ¡Mi gozo en un pozo!. Pero a pesar de todo... volvería a hacerlo, pues ha sido una experiencia de "autentica aventura" como decía el "papa gnomo" de Valencia. ¡¡Y... que me quiten lo mojao!!.
Cuando he llegado al albergue me he pegado dos horas bajo la ducha de agua caliente y me daba cosa verme en el espejo: ya venia hecho una sopa (en especial los pies por la humedad constante de las botas) pero al salir de la ducha debía de pesar como dos kilos menos, todo arrugadito como una pasa.
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