En el Océano Pacifico

13.04.2009

Otra vez al autobús ("creo que la asociación de transportistas por carretera de América del Sur esta estudiando, entre hacerme "hijo adoptivo" o "cliente del año". Ya veremos), esta vez para pasar a Chile, por Osorno y luego Puerto Montt. El viaje cruzando los Andes por la ruta de los lagos es francamente excepcional. El paisaje es el mismo que el de Bariloche/Neuquen pero con un ingrediente adicional: los conos volcánicos nevados de los volcanes Peyeuhe y los conos gemelos del Mocho Choshuenco. Solo una pega al viaje: el paso por la frontera chilena. Solo les ha faltado dejarnos en pelotas y hacernos palpacion rectal, lo demás lo hacen todo: rellenar inmensos formularios a "tutti plen" (en los que te avisan que la falsedad en los datos esta penada con no se qué castigo), el scanner de la mochilas (incluidas las que van en la bodega del autobús), reclusión en una sala sin poder salir hasta que acaban de completar el registro, etc.. A una chica suiza le detectan un bocadillo de fiambre y como no lo había declarado en el oportuno formulario, la amenazan con multarla y el bocata ¡a la basura! (no se lo han dejado comer).


En esto que me acuerdo que yo llevo en la mochila, que esta en la bodega, aparte de una latita de aceite de oliva de 500 cc (que eso si puedo pasarlo), una cabeza de ajos (yo sin ajos -al contrario que Drácula- no soy nadie) y ¡horror! ¡esto no dejan pasarlo, ni yo he declarado que lo llevaba!. Así que he cruzado los dedos mientras veía mi mochila avanzar lentamente por la cinta transportadora hacia la boca, en forma de gruta, del jodido scanner. Hasta que no la he visto pasar al otro lado y meterla, de nuevo, en la bodega del bus no he respirado (esta claro que yo para contrabandista no habría servido, ¡si en vez de una cabeza de ajos hubiera sido un alijo de marihuana, me muero del susto!).



Tenía cierta ilusión por ver, por primera vez, el Océano Pacífico, porque es el cierre de un ciclo de mi viaje y el inicio de uno nuevo (en la primera mitad del viaje, bajar América del Sur por la costa del Atlántico era la primera parte del periplo, y la otra subir por la del Pacífico). Pero al llegar a Puerto Montt apenas si se veía el Océano, lo cubría una espesisima capa de niebla, por lo que decido ir a la cercana isla de Chiloe para ver si desde allí el Pacifico me recibe como yo me merezco. Nada, igual de niebla. Apenas se atisba a vislumbrar el transbordador que nos va a cruzar el estrecho de Chacao. Menos mal que llegando a Chiloe la niebla es menos densa y puedo divisar alguna foca nadando y a cientos de gaviotas (o similares son de color gris) haciendo lo que tienen que hacer: pescar en el mar y no rebuscar en los cubos de basura como he visto que hacían en otros lugares.



Me alojo en un pueblecito de pescadores llamado Ancud (aunque se ven menos barcos que posadas) y, por primera vez (tanta "primera vez" me hace recordar una pintada que ví en el Fitz Roy -la única- que decía algo así como: ".. ¿cuando fue la ultima vez que hiciste algo por primera vez..?") me he alojado en una casa particular de una abuelita que me abordó en la terminal (¿te acuerdas Maite de Belgrado?, pues esta vez igual, solo que la casa esta decente y limpias las sabanas). La casa es de madera -como todas las de por aquí- de dos pisos y cuando andas el suelo chirría lastimeramente como si se quejara del peso que soporta. La decoración es alucinante, es como si se hubiera parado el tiempo en los años 50/60. Tapetes de ganchillo por doquier: mesas, ventanas, sillas, sillones, macetas, televisor, nevera, etc., cruces y figurillas hechas con conchas de moluscos (las de mejillón gigantescas), ¡en la cama hay 5 mantas y todas de rayas!, etc., etc., etc.. (solo le faltan la típica gitana flamenca y el toro de Osborne sobre el televisor junto con los cojines forrados con tapones de botellas y me hubiera creído en mi mas tierna juventud).



Por la noche la niebla vuelve a adueñarse de la isla difuminándolo todo. Hace frío y no hay mucho que hacer por aquí -nada en realidad-, así que vuelvo a la casa a acostarme y no hay calefacción ¡ahora entiendo lo de las 5 mantas!, pesan tanto que cada vez que me doy la vuelta en la cama es como hacer levantamiento de peso.




14.04.2009:



Como el día esta medio tristón entre nieblas y lloviznas, decido visitar la isla en autobús. Me compro un pasaje para el último pueblo de la isla, me apoltrono en la butaca y ¡a ver pasar arbolitos!. Como el billete te permite fraccionar el viaje y retomarlo después (previa confirmación de asiento: que no se para qué, si luego va lleno de gente de pie) he recorrido la capital, Castro (que tiene unas construcciones a orillas del canal sobre palafitos muy interesantes), Chacao y Chonchi. En toda la isla las construcciones son sorprendentes, todas de madera y todas distintas. Son casitas de una sola altura, dos a lo sumo, con su parcela. Las casas con preciosos balcones con los postes de madera torneados en porches y terrazas y unos grandes ventanales con visillos muy bien bordados.



Como es un sitio muy húmedo (las precipitaciones anuales son abundantes, amén de la presencia del canal de Chacao en un lateral de la isla y el Océano Pacífico abierto en la otra. Eso sin contar con las brumas nocturnas y matinales) las casas no se cimentan en el suelo directamente para evitar humedades, sino que se alzan sobre pilotes a modo de hórreos y tienen las paredes cubiertas de planchitas de madera superpuestas como si fueran las escamas de un pez.



Mención especial merecen sus iglesias -igualmente construidas enteramente de madera -cuyo conjunto ha sido declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco. He aprovechado que el japones me limpio el virus, o lo que sea, que tenia la cámara, y como he encontrado un ciber con buena velocidad, para descargarme unas cuantas fotos de entradas anteriores.



Al anochecer de nuevo una mata de niebla espesisima. Como en la casa en donde me alojo me deja usar la cocina, me he preparado una buena cena (me he comido una tonelada de ensalada de una lechuga local buenísima con tomates igual de ricos). La señora de la casa (que no debe tener muchas oportunidades de conversar) ha aprovechado la coyuntura y se ha pasado dos horas hablándome de sus hijas (tiene 5, todas hembras y ninguna vive en Chiloe), me sé el curriculum de todas y cada una de ellas. Pero bueno, al final, la señora me lo paga sacando una botella de "pisco", la bebida nacional de Chile, y nos hemos puesto bien. ¡Joder que saque tiene la abuela!.




15.04.2009:



Como el tiempo no mejora y lleva tres días lloviznando y con niebla, hago como mi amigo Poli: huir de la lluvia y decido poner tierra de por medio y darme el piro. Esta noche viajo para Santiago, la capital de Chile. Paso el día -a pesar de la lluvia- visitando el Parque Nacional Chiloe que, aunque esta bastante castigado, la parte "sana" es imponente con una vegetación tipo laurisilva tan densa que es impenetrable. Tiene una playa, con unas preciosas dunas, abierta al Océano Pacífico (que hoy no hace honor a su nombre, pues esta bastante "bravo") con una extensión de bastantes kilómetros, pero el tiempo no invita al baño ni al paseo y el agua -que si la he catado- está bastante fría (estoy loco por darme mi primer baño en el Pacifico).



Un día tranquilo si no fuera porque he tenido que andar haciendo encaje de bolillos para poder visitar el Parque Nacional y volver a tiempo de tomar el autobús para Santiago (he tenido que tomar 4 distintos y siempre temiendo no llegar a tiempo a la siguiente conexión -solo hay un par de servicios diarios- que me habrían frustrado el viaje). Esta noche carretera y manta.

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