Uruguay es un país minúsculo -en dimensiones y comparado con sus gigantescos vecinos: Brasil y Argentina- y aquí los viajes en autobús entre un destino y otro son un paseo que no te permite casi ni echar una cabezadita. Hoy me he recorrido medio país en poco mas de 3 horas. He llegado al albergue de Punta del Este y he dedicado el día a hacer las labores propias de mi condición: la colada; cargar las pilar de todos los aparatos eléctricos que llevo: móvil, mp4, cámara de fotos, etc. Estoy solo en el albergue al ser temporada baja. Por aquí, pasado carnaval, y hasta los meses de junio/julio apenas hay movimiento, salvo los fines de semana en que, por su proximidad, esto se llena de domingueros argentinos. He visitado Maldonado, la ciudad a la que pertenece la famosa Punta del Este, y es como un pueblo de los de antes: niños jugando en la plaza, mamas de tertulia en los bancos del parque, jubilados jugando al domino y al ajedrez en los bancos de las calles en sombra, montón de gente paseando en bici, adolescentes tonteando en las heladerías, etc.... Mañana iré a ver las famosas playas de Punta del Este. Veremos.
Punta del Este es como la Marbella del Uruguay: mogollón de residencias suntuarias, torres altisimas de apartamentos, kilómetros de playas lisas con una arena especialmente fina, marinas llenas de yates a lo jeque árabe, etc, etc.. Pero, en esta época pasear por aquí tiene algo de irreal: docenas de terrazas por los paseos marítimos casi desiertas y una legión de camareros invitándote a tomar asiento para consumir algo (camareros que en época alta y, dada la pinta que yo suelo llevar, no se dignarían ni a darme la hora), guardachoches indicando a los pocos coches que pasan que tienen hueco para aparcar (!cuando hay cientos de huecos libres!), docenas de artesanos vendiendo sus manufacturas sin nadie a quienes vender. Es como si nadie se diera por enterado que ya pasó la temporada alta y todo estuviera diseñado para atender a miles de turistas (que hoy somos solo unas pocas docenas y -por las pintas- casi todos pobres como yo).
Solo el puerto esta animado con los puestitos de los pescadores que preparan y venden sus capturas del día a pie de barco en el malecón del muelle. Su habilidad limpiando y preparando los pescados a gusto del cliente, en filetes particularmente, es asombrosa. Pero mas asombroso aún es el coro de !lobos de mar! que, en el agua o en el mismo muelle, están esperando su ración de los desperdicios de esos pescados: tripas, raspas, cabezas, pieles, etc.. Son enormes, como bueyes de gordos, y no dejan de reclamar su pitanza con unos gruñidos estruendosos para llamar la atención de los limpiadores de pescado. Cada vez que lanzan los restos de una pez se forma una algarabía de lobos disputándose el botín que es la leche. En cuanto me ven enchufarles con la cámara para la foto, se ponen como haciendo poses y es que saben que cuando hay foto.. hay comida, pues los pescadores te dan alguna sobra para poder hacer la típica foto de: "guiri dando de comer a lobo marino" para, después y aprovechando el favor, tratar de venderte un kilo de mejillones, gambas, corvina o lo que sea que vendan.
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