Corcovado: "La tormenta nuestra de cada día...."

30.08.2009


El viaje desde San Jose a Puerto Jimenez tarda cerca de 9 horas pero no se me han hecho largas. Quitando la salida de San Jose y una enorme extensión, justo a la mitad del camino, que esta totalmente deforestada y parece ser una propiedad privada de la multinacional "Del Monte" en donde han plantado millones de plantas de piña tropical. Extensiones enormes de piñas en todo lo que alcanza la vista. El resto del camino muy bonito, en especial cuando entras en la península de Osa.


El pueblo de Puerto Jimenez es un lugar tranquilo (en temporada de lluvias como ahora que es la temporada baja), pero supongo que en temporada alta esto debe ser un hormiguero por la cantidad de hoteles que hay y, hasta tienen un aeródromo para avionetas, aunque no se como aterrizaran de noche porque cada dos por tres se les va la luz y tarda una eternidad en volver.


A la mañana siguiente temprano (a las 6 a.m.) camión colectivo para ir al Parque Nacional Corcovado (donde se encuentra el ultimo reducto de Bosque Tropical Húmedo del Pacifico Mesoamericano y que encierra una gran diversidad de plantas y animales) en donde pasare dos días y una noche acampado en el puesto de La Sirena.


Después de dos horas de dar botes dentro del camión por una carretera de tierra, llegamos a Carate, ultimo punto al que llega el camión y, desde allí, caminando durante una hora hasta la entrada del parque en La Leona por una playa de arena gruesa que cede a tu paso, añadiendo dificultad al paseito -ya de por si jodido cargado con la mochila gorda a cuestas-. Desde la entrada de la Sirena se tardan mas de 7 horas en llegar al campamento, pero disfrutando a tope del entorno a pesar de la duración y del peso.


El parque es realmente hermoso (de los mejores que he visto en esta clase de parques) con una playa fantástica y enorme y un bosque alucinante en donde se avistan bastantes clases de animales: preciosos guacamayos, de colores rojo verde y azul, a cientos dando, como siempre la "nota" con sus ruidosas algarabías, tapires (bueno solo vi uno), monos de no se que clases (hay cuatro clases en el parque pero subidos a esos arboles tan altos no puedo distinguirlos), un oso hormiguero precioso y parsimonioso ( me ve y sigue a lo suyo: succionando un coco abierto que esta lleno de hormigas y solo cuando llevo un rato filmándolo y tirándole fotos se encamina, lentamente, a un tronco, se sube y se da el piro), ¡una boa constrictor! acurrucada entre el follaje del lecho de un rió que acabamos de vadear y que, con la marea alta nos llegaba a la cintura el agua (se me ha mojado la cámara que la llevaba, precisamente, en la cintura, pues no creí que fuera tan profundo... he sido el primero en cruzar y he pagado el pato) y mogollón de insectos, lagartos, pájaros de todo tipo, etc., etc..


He conocido en el camión a una encantadora chiquilla norteamericana llamada Kimberly que es de Seattle y que, a los diez minutos de conocernos, me esta ofreciendo su casa por si paso por los EE.UU.. Hacemos parte del camino juntos y ella va de guía porque hace seis meses ya estuvo aquí y conoce bien el camino.
Cuando paro para comer en una cala de la enorme playa, al ratito me veo rodeado de cientos de cangrejos ermitaños de todos los tamaños. Son unos animales fabulosos. Todos las clases de animales son similares, pero los ermitaños tienen la virtud de ser tan diferentes como la concha o caracol que hayan escogido para vivir y, aunque no sufren metamorfosis como las mariposas, en cada "muda" pueden parecer radicalmente distintos a la anterior: de concha plana a caracola estriada, de un solo color a caparazón listado de diferentes colores, etc., (si te quedas un momento quieto deambulan a tu alrededor por docenas y docenas y es donde realmente puedes apreciar los diferentes modelos de "casas": sencillas, utilitarias, lujosas, ostentosas, con grietas, que les quedan pequeñas a sus inquilinos -también en esto hay clases- etc..).


Siempre, a lo largo de todo mi viaje, me he sentido un tío chorrudo y privilegiado, pero en algunas ocasiones, como en esta, ese sentimiento se magnifica. Estar en una playa idílica del Pacifico, en medio de una naturaleza virgen con apenas dos docenas de personas en miles de hectáreas, bañándome en pelotas en una calita de agua cristalina... es algo que te produce una sensación inenarrable de ser el dueño de tu vida y de estarla disfrutando a tope. Ratos como este casi que dan sentido y te reconcilian con la vida y el universo.


Lo único que lamento es que me equivoque al reservar solo dos días y una noche en la oficina del parque. Lo ideal hubiera sido quedarme dos noches para poder disfrutar de un día entero en el parque sin ir cargado con la mochila, porque así, dedicas casi un día entero en ir, estas una noche y, a la mañana siguiente tempranito tienes que emprender el viaje de vuelta para llegar a Carate antes de las 4 de la tarde en que sale el ultimo bus para Puerto Jimenez.


Menos mal que aproveche bien la noche. Al oscurecer hubo espectáculo pirotécnico en la playa: una espeluznante tormenta eléctrica en el mar con unos relámpagos preciosos que se recortaban con total perfección y nitidez en la oscuridad de la noche contra los negros nubarrones del cielo para a continuación (seis segundos justos, que es la diferencia entre la velocidad de la luz y la del sonido) escuchar el gran estruendo del trueno retumbando por toda la selva. En la tarde también llovió ... "la tormenta nuestra de cada día...".


A pesar de la intensa lluvia nos hemos apuntado con un grupito que llevaba guía para ir a ver el desove de las tortugas marinas que están en época de puesta. Hubo suerte y vimos dos tortugas negras, una de regreso al mar tras la puesta y otra enterrando sus huevos. Como no se pueden encender linternas ni disparar la cámara con flash, para no molestarlas y la noche estaba muy negra no hemos podido ver si había mas tortugas, pero yo me di por satisfecho con ver aquellos dos maravillosos y lentos animales dirigirse al mar después de cumplir con su ciclo vital y biológico y asegurar, así, que en el futuro sus descendientes volverán a estas playas a hacer lo propio y sirviendo, a su vez, de atracción y maravilla a los futuros viajeros amantes de la naturaleza que vengan a verlas ... ¡entre los que espero que estés tu (amigo/a que me lees), seas quien seas!.

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