LAS TUMBAS DE NAQSH-E ROSTAN Y NAQSH-E RAJAB

Son tumbas esculpidas sobre las paredes de una montaña.  Aquí yacen (o yacieron) los reyes Darío I El Grande, Darío II, Jerjes I y Atajerjes I. Surgen, como de la nada, en la falda de una montaña, en una especie de desfiladero, cuatro tumbas inmensas perfectamente esculpidas en la roca como hipogeos en forma de cruz que son uno de los más regios mausoleos aqueménidas en una delicada obra funeraria de hace nada menos que dos mil quinientos años..

Desde la entrada, de derecha a izquierda, vislumbramos los túmulos de Jerjes I, Darío I "El Grande", Atajerjes I y Darío II. A ciencia cierta la que sí se encuentra totalmente autentificada es la de Darío I por su texto cuneiforme inscrito en la propia fachada que asevera en primera persona ser “el gran rey de reyes” por voluntad “de Ahura Mazda", el gran Dios que creó la tierra, el cielo y al hombre”

La de Jerjes I  guarda más distancia con las otras tres tumbas. En este momento con andamios  por obras de restauración, se diferenciaba de las demás, sobre todo, en su posición y su mirada dirigida hacia ellas. Realmente el comienzo de esta magnífica obra funeraria se debe a Darío I. El iniciador de las obras de Persépolis, la capital que sustituiría a Pasargada, quiso ser enterrado aquí y, al parecer, abrir una tradición, su propio “Valle de los Reyes”. Y esa tradición la siguieron sus descendientes.

Justo a su lado, caminando apenas un par de metros a la izquierda, se encuentra una de las escenas más destacadas y admiradas de todo el complejo arqueológico. Es la de un derrotado emperador romano, Valeriano, que de rodillas asume la supremacía persa ante el Rey Sapor I y Ceriyadis, su comandante en jefe. Está, literalmente, a los pies del caballo del líder aqueménida. Subiendo la cabeza contemplamos la cruz excavada en la roca del gran Darío I, el más importante de los monarcas enterrados en la montaña.

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