Pueblo de adobe rojo a los pies del Monte Karkas que se aferra a un carácter y una tradición que no entiende de revoluciones y adonde parece no haber llegado (me refiero a la de los "Ayatolas"). Aquí las mujeres se visten con floridos ropajes que nada tienen que ver con el negro del chador, los hombres van a trabajar en burro y los dátiles se dejan secar en los tejados. Aquí uno halla un pedacito del Irán rural y amable, del Irán más auténtico a 80 escasos kilómetros que separan Abyaneh de Kashan. Un lugar en el que se habla un farsi tan antiguo que no se entiende fuera de aquí. Declarado, esta vez si con toda razón, Patrimonio de la Humanidad.
Perderse por sus callejuelas y observar las escenas coloridas de la vida diaria es una maravilla: calles sin asfaltar, grandes balcones de madera, pasadizos cubiertos, callejas cuesta arriba y cuesta abajo por las que deambulan amables ancianitas vestidas como un arco iris, etc., conforman la impronta de un pueblo como Abyaneh que se ve hermosísimo desde una fortaleza- castillo de barro que parece deshacerse poco a poco-. Da la impresión que el turismo no ha terminado de aterrizar del todo aquí (aun parecen mirarte con curiosidad), por lo que las cosas, si cambian, lo harán muy despacio.
El viaje en coche transcurre por el desierto y, en algunos tramos se ven las polémicas instalaciones nucleares que quieren bombardear el ejercito israelí (menos mal que no se les ocurrió estando yo por alli) que son vigiladas, con celo, por militares armados hasta los dientes que ven pasar el tiempo circulando constantemente alrededor del perímetro sobre sus tanquetas y en cada esquina del recinto artillería antiaérea cubierta con redes de camuflaje (¡como si, los EE.UU o los israelíes, no supieran donde están!).
¡Hermosisimo Abyaneh!.
Perderse por sus callejuelas y observar las escenas coloridas de la vida diaria es una maravilla: calles sin asfaltar, grandes balcones de madera, pasadizos cubiertos, callejas cuesta arriba y cuesta abajo por las que deambulan amables ancianitas vestidas como un arco iris, etc., conforman la impronta de un pueblo como Abyaneh que se ve hermosísimo desde una fortaleza- castillo de barro que parece deshacerse poco a poco-. Da la impresión que el turismo no ha terminado de aterrizar del todo aquí (aun parecen mirarte con curiosidad), por lo que las cosas, si cambian, lo harán muy despacio.
El viaje en coche transcurre por el desierto y, en algunos tramos se ven las polémicas instalaciones nucleares que quieren bombardear el ejercito israelí (menos mal que no se les ocurrió estando yo por alli) que son vigiladas, con celo, por militares armados hasta los dientes que ven pasar el tiempo circulando constantemente alrededor del perímetro sobre sus tanquetas y en cada esquina del recinto artillería antiaérea cubierta con redes de camuflaje (¡como si, los EE.UU o los israelíes, no supieran donde están!).
¡Hermosisimo Abyaneh!.
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