del 14 al 19.12.2011
Bombay (si no te da por ir al cine) es una ciudad apasionante. A veces crees estar en algún barrio del Londres victoriano con sus catedrales, torres del reloj (tipo Big Ben), bibliotecas victorianas, parques publico ajardinados, estatuas, iglesias anglicanas, autobuses de dos pisos, etc., pero es solo una impresión óptica de la que el entorno humano te saca al segundo.
Esta ciudad es como un imán para millones de indios de todo el país que se mezclan en una frenética masa humana que todo lo inunda e invade: calles, plazas, avenidas, bazares, etc., pero que alcanza su punto álgido en esa especie de metro-tren suburbano que mueve, cada día, a un montón de millones de sus habitantes de un lugar a otro de esta gigantesca ciudad.
Tomar el tren (en cualquiera de sus estaciones y a casi cualquier hora) es toda una experiencia. A pesar de que circulan con un intervalo de pocos minutos entre tren y tren y que cada convoy lleva docenas y docenas de vagones, el anden se va poblando de cientos y cientos de personas que se van apostando, en varias filas de fondo, a lo largo del anden (eso si ... ¡los niños con los niños y las niñas con las niñas! ... pues hay vagones especiales solo para "leidis", al igual que ocurre en el metro de otras ciudades indias en donde los vagones de "leidis" van ¡¡pintados de rosa!!).
El mosqueo va en aumento según notas que, aún antes de llegar el tren, la peña te va empujando y metiendo los codos para abrirse paso. Pero cuando te acojonas de verdad es cuando ves llegar el tren y observas como, de cada una de sus docenas de puertas, asoman "racimos enormes" de personas que van, literalmente, con el cuerpo suspendido en el aire y tan solo sujetos por una mano a una barandilla que hay sobre las puertas y apoyando la puntera de un solo pie ligeramente en el suelo (las puertas de los vagones, las de ambos lados, van siempre abiertas y el "mogollón" por la otra puerta ¡es el mismo! ya que el anden, para apearse/subirse, en cada estación va alternándose en cada una a izquierda y derecha).
Al parar ¡empieza la función!: el que está dentro y quiere salir en esa estación empujando y gritando para que le dejen salir. El que está "colgado" de la puerta sujeto como una lapa sin soltarse por temor de que no pueda volver a montarse y ¡por fin! los que estamos en el anden pugnando por entrar (¡¡eso si todo ello a la vez en una especie de lucha libre entre fuerzas opuestas a ver quien gana!!). Pisotones, codazos, empujones, agarrones, etc., están a la orden del día.
Si logras subirte, al poco no sientes tu cuerpo, se te queda como dormido (por falta de riego supongo) y no sabes ni donde empiezas ni donde acabas (corporalmente hablando). Estas tan literalmente "pegado" a los otros que ya no sabes cual es tu brazo o tu pierna, o si pisas o te pisan. Si caes de frente con el paisano de al lado sientes como que nunca has estado tan pegado a otro, ni aun con tu pareja (con solo alargar el morrito podrías darle un "piquito") y si te cae por "atrás" ya sabes lo que se siente al hacerte lo de la próstata.
Milagrosamente, al final, parece que todos logramos nuestro objetivo: subirse o bajar del tren en tu parada ... ¡Para que luego digan que los milagros no existen!.
A raíz de estas experiencias (cada día durante cuatro lo hemos tomado, al menos, dos veces diarias) me siento muy identificado con las sardinas (las de la lata claro) y con cierta envidia de que ellas, al menos, están bien lubricadas con el aceitito y no con el sudor de la sobaquera de tu vecino ...¿o es tu sobaquera? ... ¡quien sabe!.
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