del 07.04 al 14.05.2014
Apenas tomada la decisión de volver a hacer el Camino (¡y con esta ya van 8 !) me he puesto en marcha en apenas dos semanas. Esta vez el elegido ha sido el Camino del Norte a pesar de que cuando, el año pasado por estas fechas, terminé de hacer el de la "Vía de la Plata" desde Sevilla mi intención era la de repetir ese mismo Camino la próxima vez que lo hiciese.
En esta ocasión no he hecho escala en Madrid y he volado directamente hasta Bilbao. Una vez allí en un "pis-pas" el "Euskotren" me ha dejado en Irún.
A pesar de las muchísimas veces que he tomado el avión casi nunca había reparado en el enorme cambio que supone -no ya el poder cambiar de continente, de zona horaria, de idioma, de cultura, etc., que en eso sí había reparado en varias ocasiones -sino en el cambio mental que, en esta ocasión y con este motivo,supone el pasar, es escasísimas horas, de la comodidad de tu hogar (en donde todo está hecho a tu gusto y medida: las comidas que te apetecen, el vino que te gusta, los programas que ves o escuchas, la cama a la que nuestros huesos parecen haber dado forma, etc., etc., etc.) el pasar de los conocidos y repetidos hábitos con que vamos forjando nuestra diaria rutina (y que, cual mantra o conjuro repetido, parecen darnos seguridad, adormeciendo y aletargando nuestros miedos e inseguridades) y de repente, ese mismo día, te descubres cargando una mochila (que pasa a ser todo lo que posees en el mundo en ese momento: la ropa que te viste y te protege del agua y del frío, que te da calor; los numerosos potingues que te mantienen limpio: jabones, champús, dentífricos, etc., los numerosos cables , enchufes, cargadores, etc., que te mantienen conectado al mundo a través de los varios accesorios que se nos han hecho tan imprescindibles: teléfonos móviles, ipod, ipad, ordenadores, etc.) en un lugar desconocido intentando encontrar una dirección -igualmente desconocida- intentando encontrar un lugar donde comer y, a la noche, compartiendo una habitación colectiva con varias literas con hombres y mujeres a los que nunca antes habías visto antes y con los que, probablemente, no logres comunicarte al no hablar su idioma ni ellos el tuyo. Compartiendo cosas tan íntimas como un único cuarto de baño, una ducha, un sanitario (sabiendo que mientras tú lo estás usando hay alguien en la puerta esperando que acabes para poderlos usar -ya que todos nos solemos acostar y levantar a la misma hora-).
Probablemente quien no haya vivido este tipo de experiencias piense (si encima has de soportar los rigores del clima: lluvia, frío, calor, viento; las molestias físicas: ampollas, tendinitis, agujetas, cansancio, etc.; las dificultades de la orografía y el camino: interminables cuestas, enfangados caminos, carreteras eternas, etc.) que hay que estar un poco perjudicado para hacerlo, pero la verdad -¡la sorprendente verdad!- es que la gran m,mayoría de las personas con las que compartes el Camino y estas vivencias o son "repetidores" o te comentan que este no será su último Camino. Luego ... ¡¡algo tendrá el Camino!!.
Y es ese "algo" lo que espero volver a encontrar en cosas tales como el habitual saludo "buen Camino" de otro peregrino, en esa mirada cómplice y de mutuo ánimo que te dan y das al inicio de una empinada cuesta, en esa mutua y satisfecha sonrisa de triunfo al final de la misma o al llegar ¡por fin! al albergue, en esa mirada compasiva y solidaria cuando te ven, o ves, como tienes/en los pies de rozados o con ampollas, en ese compartir los escasos utensillos de la cocina del albergue o en esa generosa invitación a compartir lo que modestamente se ha cocinado o el ofrecimiento de lo que se tiene (fruta, pan, zumo, vino, etc.). Todo ello hecho por personas de lo mas diverso con las que, a priori, nada -o casi- te unía (con bastante frecuencia de otra raza, cultura, nación, idioma, posición, etc.). Todo ese "tsunami" de empatía y solidaridad que suele darse en el Camino es lo que lo hace tan adictivo y especial.
Mañana iniciaré la primera etapa entre Irún y San Sebastian habiéndome reconvertido -en una especie de metamorfosis- de un ciudadano normal de mi barrio, ciudad, etc., a un PEREGRINO DEL CAMINO y ciudadano del mundo transitando por este Camino crisol de culturas que unificó en el pasado y unifica en el presente a todo un continente y una cultura y que fue el germen de lo que más tarde fue la idea de Europa (la más conocida de las rutas se llama "Camino Francés" -en el que convergen todos los caminos del resto de Europa-, pero también hay un Camino Portugués, otro Inglés, etc.).
En esta ocasión me voy a olvidar de etapas, rutas, etc., y voy a caminar a mi "bola" recordando la consigna de A. Machado de: "caminante o hay camino ... se hace camino al andar".
Pues eso, que mañana empiezo a caminar. ¡Que el Camino me sea propicio y encuentre buenos caminantes/peregrinos con los que compartir algo ... lo que sea, es todo lo que le pido, eso y BUEN CAMINO!.
¡Ya veremos!.
Apenas tomada la decisión de volver a hacer el Camino (¡y con esta ya van 8 !) me he puesto en marcha en apenas dos semanas. Esta vez el elegido ha sido el Camino del Norte a pesar de que cuando, el año pasado por estas fechas, terminé de hacer el de la "Vía de la Plata" desde Sevilla mi intención era la de repetir ese mismo Camino la próxima vez que lo hiciese.
En esta ocasión no he hecho escala en Madrid y he volado directamente hasta Bilbao. Una vez allí en un "pis-pas" el "Euskotren" me ha dejado en Irún.
A pesar de las muchísimas veces que he tomado el avión casi nunca había reparado en el enorme cambio que supone -no ya el poder cambiar de continente, de zona horaria, de idioma, de cultura, etc., que en eso sí había reparado en varias ocasiones -sino en el cambio mental que, en esta ocasión y con este motivo,supone el pasar, es escasísimas horas, de la comodidad de tu hogar (en donde todo está hecho a tu gusto y medida: las comidas que te apetecen, el vino que te gusta, los programas que ves o escuchas, la cama a la que nuestros huesos parecen haber dado forma, etc., etc., etc.) el pasar de los conocidos y repetidos hábitos con que vamos forjando nuestra diaria rutina (y que, cual mantra o conjuro repetido, parecen darnos seguridad, adormeciendo y aletargando nuestros miedos e inseguridades) y de repente, ese mismo día, te descubres cargando una mochila (que pasa a ser todo lo que posees en el mundo en ese momento: la ropa que te viste y te protege del agua y del frío, que te da calor; los numerosos potingues que te mantienen limpio: jabones, champús, dentífricos, etc., los numerosos cables , enchufes, cargadores, etc., que te mantienen conectado al mundo a través de los varios accesorios que se nos han hecho tan imprescindibles: teléfonos móviles, ipod, ipad, ordenadores, etc.) en un lugar desconocido intentando encontrar una dirección -igualmente desconocida- intentando encontrar un lugar donde comer y, a la noche, compartiendo una habitación colectiva con varias literas con hombres y mujeres a los que nunca antes habías visto antes y con los que, probablemente, no logres comunicarte al no hablar su idioma ni ellos el tuyo. Compartiendo cosas tan íntimas como un único cuarto de baño, una ducha, un sanitario (sabiendo que mientras tú lo estás usando hay alguien en la puerta esperando que acabes para poderlos usar -ya que todos nos solemos acostar y levantar a la misma hora-).
Probablemente quien no haya vivido este tipo de experiencias piense (si encima has de soportar los rigores del clima: lluvia, frío, calor, viento; las molestias físicas: ampollas, tendinitis, agujetas, cansancio, etc.; las dificultades de la orografía y el camino: interminables cuestas, enfangados caminos, carreteras eternas, etc.) que hay que estar un poco perjudicado para hacerlo, pero la verdad -¡la sorprendente verdad!- es que la gran m,mayoría de las personas con las que compartes el Camino y estas vivencias o son "repetidores" o te comentan que este no será su último Camino. Luego ... ¡¡algo tendrá el Camino!!.
Y es ese "algo" lo que espero volver a encontrar en cosas tales como el habitual saludo "buen Camino" de otro peregrino, en esa mirada cómplice y de mutuo ánimo que te dan y das al inicio de una empinada cuesta, en esa mutua y satisfecha sonrisa de triunfo al final de la misma o al llegar ¡por fin! al albergue, en esa mirada compasiva y solidaria cuando te ven, o ves, como tienes/en los pies de rozados o con ampollas, en ese compartir los escasos utensillos de la cocina del albergue o en esa generosa invitación a compartir lo que modestamente se ha cocinado o el ofrecimiento de lo que se tiene (fruta, pan, zumo, vino, etc.). Todo ello hecho por personas de lo mas diverso con las que, a priori, nada -o casi- te unía (con bastante frecuencia de otra raza, cultura, nación, idioma, posición, etc.). Todo ese "tsunami" de empatía y solidaridad que suele darse en el Camino es lo que lo hace tan adictivo y especial.
Mañana iniciaré la primera etapa entre Irún y San Sebastian habiéndome reconvertido -en una especie de metamorfosis- de un ciudadano normal de mi barrio, ciudad, etc., a un PEREGRINO DEL CAMINO y ciudadano del mundo transitando por este Camino crisol de culturas que unificó en el pasado y unifica en el presente a todo un continente y una cultura y que fue el germen de lo que más tarde fue la idea de Europa (la más conocida de las rutas se llama "Camino Francés" -en el que convergen todos los caminos del resto de Europa-, pero también hay un Camino Portugués, otro Inglés, etc.).
En esta ocasión me voy a olvidar de etapas, rutas, etc., y voy a caminar a mi "bola" recordando la consigna de A. Machado de: "caminante o hay camino ... se hace camino al andar".
Pues eso, que mañana empiezo a caminar. ¡Que el Camino me sea propicio y encuentre buenos caminantes/peregrinos con los que compartir algo ... lo que sea, es todo lo que le pido, eso y BUEN CAMINO!.
¡Ya veremos!.
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